sábado, 6 de marzo de 2010

Otro intento sentimental.


El día transcurre en sentimientos a destiempo, como suelo decirle. Alguien que hace casi un año conocí, terminó confesándome su interés o cariño más allá de la amistad. Como él, tengo una colección poco modesta y nada despreciable de pretendientes, pretendientes que no llegan a estimular por completo mis ganas, ni de amor, ni de pasión. Dicen que la soledad es mala consejera y últimamente la mía no para de hablarme de un nuevo intento y así sin mucho pensarlo emparejarme con alguno de los auto postulados. La idea no es desechable, ni irracional del todo, de todas formas yo si me enamoro es con el tiempo, el trato, las vivencias y no con el desconocido para mí flechazo de cupido. Sin embargo, tengo un erotismo que puede hablar más alto que mi razón, que la soledad o que mis amistades, y es que mi sexo no se despierta con cualquiera. Tengo unas hormonas excéntricas que se activan a niveles desconocidos con pocos hombres, muy hombres, incluso a veces, malos hombres, que revuelven mi paz y mi deseo.Es allí donde me detengo, entonces concluyo que lamentablemente mi útero tiene más poder de decisión que mi conciencia. No puedo culparme de querer compartir mi cama con el hombre que me encienda, que me lleve a mi instinto primitivo de querer ser dominada, vencida a orgasmos en mi terreno, de mirarlo desafiante mientras pido más sexo, más fuerza, más placer de su cuerpo explorando el mío, de anhelar, acariciar su cabello empujando ligeramente su cabeza contra mí cuando lame mi entrepierna. Tengo derecho sí, de disfrutar de un buen amante que se deleite con mis acosos sexuales, con el inagotable deseo de mi garganta por su semen, con la calidez de mi vientre húmedo por él y para él. Mi hombre tiene que ser un dios y un demonio cogiéndome, un mago de la improvisación erótica que me hipnotice con sus manos masturbándome y me haga caer abierta, excitada e impúdica de rodillas a su miembro para adorarle y chuparle con devoción, para lamer toda su piel bañándolo en saliva, para definitivamente sentirme más perra que nunca y rogarle que me penetre por el culo inundándolo con su leche como premio a mi ternura.

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